lunes, 21 de enero de 2008

¡Viva Hollywood!

Lo peor de la película “La hamaca paraguaya” de Paz Encina es que funge de antídoto contra todo el cine artesanal. Es una especie de vacuna que espanta cualquier intento de apreciar una experimentación cinematográfica. Paz Encina coloca una cámara en un claro de un bosque en el Chaco y mantiene un plano general fijo durante el ochenta por ciento de la película desperdiciando todas las contraescenas de los protagonistas. Muy de vez en cuando corta a una panorámica del cielo que amenaza lluvia, donde tampoco se ve nada. Ni las caras de los actores ni las formas de las nubes ni nada que justifique por qué se proyectan imágenes (tres o cuatro solamente, algún que otro plano general en algún otro lugar del bosque, pero sin ninguna sugerencia).

Es una obra que sólo expresa a través del sonido. Paz Encina pone dos actores a trescientos metros de la platea donde el público no puede verlos.

El cine es específicamente todo lo contrario a “La hamaca paraguaya”. Sea narrativa o plástica, en todo caso es también acción, movimiento de imágenes. Uno sale de la sala de Cinemateca añorando los productos de la industria Hollywoodense donde generalmente, por mediocre que sea, existe un director que sabe contar una historia.

Todo el cine artesanal y especialmente aquel que busca crear climas con movimientos escasos o lentísimo, se perjudica con la exhibición de películas como la de Paz Encina, como se perjudica la causa árabe con los atentados de Alkaida o la vasca con los de ETA. Un director extravagante, con pose de experimentador originalísimo, sólo quiere decirnos “soy un genio y me cago en ustedes”, hasta hacernos renegar incluso de “El árbol de los suecos” y de “El año pasado el Marienbad” (tuve que dejar pasar unas horas para volver a adorarlas). “La hamaca paraguaya” me alineó con la Metro Goldwyn Meyer como a otros una bomba en un super los alineó con la monarquía franquista o la caída de las torres gemelas con la CIA.

Acaso fue ésa la intención.

La película se refiere a la guerra del Chaco que los paraguayos le ganaron a los bolivianos y ni siquiera permite otra lectura por su enfoque histórico. Su única virtud, si no fuera un intento de sabotaje al amor a ese idioma, sería que está hablada en guaraní, 

domingo, 6 de enero de 2008

La intimidación de Desbocatti

El periodista español Arcadi Espasa dice que lo que peor lleva de su blog es el tema de la intimidad.

“La intimidad, decía Pla, es el principal problema literario. Él lo sabía muy bien porque fue incapaz de escribir una sola línea verdadera sobre sí mismo. Tengo dificultad para explicar cosas de mi vida íntima. Me gustaría escribir un blog sobre la vida corriente”.

Eso es lo que hace a diario Javier Ortiz en sus Apuntes al Natural, escribir un blog sobre la vida corriente. Se saltea el problema de la identidad como buen torero (aunque a él no le gusta la tauromaquia -que a mí sí me gustaba hasta que leí sus argumentos sobre los llamados “daños colaterales”-). Yo creo que los problemas literarios son otros, paradójicamente, más íntimos del escritor que la “intimidad”.

Onetti decía que los problemas del escritor son dos: el éxito y la falta de éxito.

Quino afirma que lo más difícil de su oficio es convencer a su mujer de que cuando mira por la ventana está trabajando.

Por aquí, al Sur, los problemas del escritor son cada vez más de qué manera seguir robando horas al sueño, al amor y al dueño del periódico.

Claro que, si uno escribe esto en un blog que lee su patrón, entonces tiene razón Joseph Pla. Los problemas del escritor pasan a ser la intimidad, que por algo es la raíz de “intimidación”.

Pero el escritor también puede intimidar y si no se me cree, que lo diga Darwin Desbocatti con su reciente libro, donde a los personajes más notorios de nuestro medio les aplica una marca agresiva como la del Canario García y les come los tobillos con la potencia de su popularidad, basada, sin duda, en su sentido de lo popular.

“Yo, Darwin” es una compilación de columnas editadas en el semanario Búsqueda con humor veloz, que apunta no a la sonrisa sino a la carcajada, logro que alcanza por momentos a la altura de su modelo Fontanarrosa. Haberse planteado ese modelo es el mayor acierto de Desbocatti, aunque no logre todavía el lenguaje del rosarino para hablar en el idioma con que la gente piensa (en la radio sí lo consigue plenamente). Pero en algo ya supera a su maestro: el machismo de Desbocatti es menos paródico que el de Fontanarrosa.

Es el tema en que zafa algún matiz del punto de vista más común e impone su personalidad. En general sabe ver lo que la gente ve o sencillamente es muy gente. Saludable porque como dice Arbeleche, "la felicidad, si es que existe y se parece a algo, se parece a la gente".

O a la intimidad de los intimidados.