sábado, 28 de abril de 2007

Artaud nos recuerda a Mefisto

Desde que publiqué tempranamente un libro por culpa de un concurso literario y desde que vivo la inestabilidad del periodismo, no sé muy bien qué contestar cuando me preguntan por mi profesión. 

Una noche de mayo de 1996, en la Aduana de Colonia, cuando viajaba a presentar un libro mío en la Feria del Libro de Buenos Aires, la funcionaria me preguntó mi profesión para ayudarme a llenar un formulario. 

Me animé a decirle que era escritor (lo que era cierto, ya que de periodista a veces no tenía trabajo y en definitiva lo que hacía era escribir). 

“¿Profesión?” volvió a preguntarme la funcionaria, socarrona, para que no le tomara el pelo. 

“Periodista” rectifiqué y quedamos en paz. 

Me hubiese seguido preguntando, “¿pero de qué trabaja?”, “¿pero de qué vive?”. 

Desde entonces me ahorré complicaciones y dije siempre “periodista” así en el pasaporte como en la cédula. Hasta que vi Mefisto de Itsván Zsabo. Es una pelí sobre un actor clásico, estrella de la alemania nazi, que cuando lo juzgan por su participación en los crímenes del régimen responde con infinita autoconmiseración, “yo solo soy un actor”, con un desprecio por su profesión y por sí mismo, motivado pero lastimoso. 

Salí del cine reparando en que algo de esa modestia culposa había en mis respuestas a “¿profesión?” Un actor, un escritor, un artista tiene que sentir orgullo, amor propio, responsabilidad y compromiso por lo que hace, para no terminar contestando "sólo soy un artista". 

Desde aquel día, cuando me preguntan mi profesión contesto “escritor” sin humildad, sin rubor, con alegría, sabiendo que es una profesión tan responsable como cualquiera otra. Pero ahora vi Artaud recuerda a Hitler y al Romanish café, en el teatro El Galpón con actuación unipersonal de Álvaro Correa. 

Es la historia nazi de otro actor estrella, el francés Antonín Artaud, que teatralmente se ubicaba en las antípodas de Mefisto, por sus concepciones, por su personalidad, por su soberbia tan opuesta a la pusilanimidad del alemán. Sin embargo tenían algo en común: El desprecio por el arte y por el artista. Desde distintas posiciones. Artaud desde fuera y desde encima, desde lo “absoluto” y lo “cruel”, desde lo más alto y tronante del espíritu “antiburgués”. Mefisto desde sí mismo, desde el subsuelo de su espíritu pequeño burgués en un hilo de voz. Artaud no decía “yo solo soy un actor”; él simplemente se ensañaba con la palabra “arrrrrrtista” y en definitiva decía lo mismo en tercera persona: “ellos sólo son unos arrrrrrrtistas”, burlándose, agrediendo, mientras en el Romanish café aconsejaba a Hitler que los masacrara. 

A partir de hoy, cuando me pregunten por mi profesión, así en la cédula como en el pasaporte, voy a contestar “artista”, sencilla y firmemente. “¿Pero de qué trabaja?” me va a preguntar la funcionaria entonces. “De artista”. "¿Y de qué vive? Bueno... en fin... algo siempre habría que poder contestar a eso, ¿no?